Dentro del marco de los Presupuestos participativos de la Universidad de La Laguna 2021, fueron elegidos varios proyectos vinculados a la sostenibilidad, entre ellos, el de la instalación de fuentes de agua potable para fomentar el uso de botellas reutilizables por parte de la comunidad. Las metas y los ODS relacionados son claros (sobre todo, el nº 12, "producción y consumo responsable"): reducción de los desechos y del consumo de plásticos, reutilización de envases, gestión eficiente de los recursos... Es más, el proyecto se complementó con otra iniciativa (del Vicerrectorado de Infraestructuras y Sostenibilidad y de la Cátedra de Medio Ambiente y Desarrollo Sostenible) en la que se regalaban en sucesivas fases botellas de cristal y otros envases multiusos al alumnado, PAS y PDI.
En noviembre de 2021 Gerencia autoriza la ejecución de los proyectos seleccionados y se adjudicaron las empresas externas (la que llevaría a cabo las obras necesarias y la que suministraría e instalaría las máquinas). Pero nadie, durante esta parte del proceso, consultó la elección del modelo con los estudiantes, ni con el personal de las conserjerías encargado de los centros ni mucho menos con el personal de limpieza.
Así pues, a mediados de 2022 se rompieron paredes, se derivaron las tomas de agua y de corriente en cada planta de las facultades, para al final, ¿qué? Pues instalar una sola fuente (UNA) en todo el edificio. Y no solo eso, dicha fuente fue sustituida al poco en todos los centros por la peligrosa charquería que se formaba en los pasillos, y por la frecuencia de los cristales rotos.
La primera fuente, más moderna, que daba agua fría y "del tiempo", estaba orientada al rellenado de vasos y botellas pequeñas, lo que obligaba a quien quisiera llenar botellas más grandes a ángulos forzados con el subsiguiente derrame, pérdida de agua y resbalones y caídas. Así que se decidió volver a la fuente clásica de pedal (la que todos conocimos de niños), que permite beber directamente y rellenar envases más grandes.
El proyecto resultó incompleto y una pérdida absoluta de recursos (humanos, dinerarios, materiales e hídricos) y de tiempo de trabajo, cuando todo se hubiera resuelto antes con una correcta planificación y gestión del proyecto y, especialmente, con la consulta o sondeo de las realidades de la comunidad universitaria. Incluso hubiera bastado la elección primera de un centro de prueba o ensayo, para ver cómo iba, antes de proceder a la instalación en todos los edificios de los diferentes campus de la ULL. En suma, se trata de un fallo en la definición de participantes del proyecto y de comunicación estrictamente vertical. De haber creado un espacio de diálogo participativo y de toma de decisiones, se hubiera dilatado un poco el proceso, es cierto, pero se hubiera asegurado la colaboración de todos los actores relacionados y el cumplimiento de un consenso mínimo y, además, se hubiera evitado la compartimentación y la repetición de tareas, el doble gasto y la realización de tareas innecesarias.
Por tanto, este es un ejemplo de una gestión ineficiente de un proyecto que sobre el papel está muy bien, pero que cuando llega a su ejecución solamente será positivo a largo plazo, en cuanto se amorticen los recursos desperdiciados, las pérdidas reales y las simbólicas. Eso sí, de los errores también se aprende, y lo más importante es que no hay paso pequeño en el camino a la sostenibilidad.
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